Producir arte y generar obra se ha vuelto una especie de mandato como si de una carrera se tratase. A veces, en estas nociones impuestas principalmente por el mercado y la academia, nos perdemos, dejamos de observar con profundidad lo que estamos haciendo, perdemos de foco nuestra singularidad, quiénes somos como artistas, qué nos moviliza, porqué producimos.
Parar, contemplar y darse un tiempo para habitar el territorio próximo que nos rodea es necesario para volver al cuerpo, al espíritu y entender cuál es la materia propia que me ancla a la creación, qué de eso quiero mostrar y cómo quiero comunicar. Sin autocomunicación (cuál es mi lugar y mi singularidad) y sin comunicación al mundo (sin contemplar la interpretación externa, sin ver al otrx), nuestra práctica pierde sentido.
Me gusta pensar en el arte como modo de nutrición y en una obra como un ser autónomo que por sí mismo existe, enriquece la realidad y nutre la tierra.
“Varias veces he aplicado ya a la obra de arte la metáfora de un ‘modo de nutrición’. Llegar a implicarse en la obra de arte comporta, sin duda, la experiencia de desprenderse del mundo. Pero la obra de arte por sí misma resulta también un objeto vibrante, mágico y ejemplar, que nos devuelve al mundo de alguna manera más receptivos y enriquecidos (...) Las obras de arte más atractivas son las que crean en nosotros la ilusión de que el artista no tuvo alternativa, de tan plenamente identificado como está con su estilo”, dice Susan Sontag en su ensayo Sobre el estilo.
Hacer arte es una práctica que no puede desconectarse del territorio, del cuerpo, del entramado de seres y personas que habitamos. Veo en esta conjunción una forma de hacer vida de forma creativa, de amar y crear realidades que traspasen los márgenes de un libro, los marcos de una imagen, las paredes de una galería. El arte crea nuevos trazados, nuevos pensamientos, despierta emociones y sensaciones inesperadas en otrxs. Disfrutar una obra puede ser tan emocionante como emocionarse por comer algo delicioso, ver a una persona querida o a un ser del bosque. Llevar el arte a esa condición cotidiana, sensorial, experiencial, nos une a la creación desde un lugar honesto y primario, tal como alimentarse.
Ortega y Gasset en La deshumanización del arte sostiene que el placer estético es un estado mental indiferenciable de las respuestas a otros estímulos. El arte sería así un medio a través del cual se entra en contacto con asuntos humanos interesantes. Cuando una observa una pieza de arte que la emociona no se estremece de modo diferente a como lo hace frente a acontecimientos semejantes de la vida, aunque la experiencia de los destinos humanos en el arte contiene menos ambivalencia, es más desinteresada y no tiene consecuencias dolorosas.
¿Cómo emocionar a través del arte? ¿Y cómo hacer del arte un asunto cotidiano, capaz de integrar las capas de nuestra vida de forma honesta?
Es importante ser capaces de identificar esas singularidades, esos gestos del alma, esos lugares genuinos en nuestra obra y creación y comunicar nuestros proyectos desde ahí. Cuando algo es genuino no es necesario hacer grandes traducciones para entenderlo. Comunicar nuestros procesos de creación, hablar desde nuestra emocionalidad y nuestra experiencia, poder comunicar nuestro estilo y nuestra singularidad a otrxs es un asunto esencial que conlleva una responsabilidad nutritiva con el mundo: en algún lugar desconocido, alguien quiere nutrirse de nuestras creaciones y quiere conectar con nuestra práctica artística.
Emilia Insecta, artista visual y periodista chilena, se dedica a acompañar a creadores y artistas en el desarrollo de sus statements y storytelling, facilitando la conexión entre la obra, el artista y su contexto para comunicar proyectos creativos de manera clara y estratégica. Su labor incluye la asistencia en postulaciones a fondos de cultura, residencias y ferias. Como comunicadora, Emilia ha escrito para diversos medios, colaborado en proyectos editoriales y portafolios de artistas, brindando sus habilidades en redacción y edición de textos. Su enfoque combina arte, contexto y conexión con la naturaleza, y su trabajo como artista visual y periodista abarca exposiciones y residencias centradas en ecología y feminismos en diversas regiones.